Él sabe que tiene para largo rato,
la sentencia en fija lo va a hacer sonar,
así -entre cabrero, sumiso y amargo-
la luz de la aurora lo va a saludar.
Quisiera que alguno pudiera escucharlo
en esa elocuencia que las penas dan,
y ver si es humano querer condenarlo
por haber robado... ¡un cacho de pan!...
Sus pibes no lloran por llorar,
ni piden masitas,
ni chiches, ni dulces... ¡Señor!...
Sus pibes se mueren de frío
y lloran, habrientos de pan...
La abuela se queja de dolor,
doliente reproche que ofende a su hombría.
También su mujer,
escuálida y flaca,
con una mirada
toda la tragedia le ha dado a entender.
¿Trabajar?... ¿En dónde?... Extender la mano
pididendo al que pasa limosna, ¿por qué?
Recibir la afrenta de un ¡perdone, hermano!
Él, que es fuerte y tiene valor y altivez.
Se durmieron todos, cachó la barreta,
se puso la gorra resuelto a robar...
¡Un vidrio, unos gritos! ¡Auxilio!... ¡Carreras!...
Un hombre que llora y un cacho de pan...