Quizás sea el mar
El salitre vestía tu piel,
Yo, desnudo en la arena,
atraqué mi barco de papel,
lo amarré a tu melena.
Y una estrella aprendiz de fugaz
y voyeur de sirenas,
se fugó hasta la orilla, a aprender
el verbo acariciar.
Y una perla que huyó de una ostra
te puso un pendiente,
te supo adornar,
y alegó que quería estar presente,
cerca de tu oído,
y oírme susurrar:
Y si al día le da por llegar,
no te pongas, mi vida, la ropa
que, esta noche, quizás sea el mar
quien nos mire en las rocas.
Y si al día le da por llegar,
déjame que te bese en la boca,
que esta noche quizás sea el mar
quien se siente a mirar.
Al galope, un caballo de mar
relinchó entre las olas,
se fue huyendo por el malecón,
nos quedamos a solas.
Y a la luna le dio por menguar,
reflejada en tu pelo,
se moría el cielo de celos
y rompió a llorar.
Huérfana de ermitaño encontramos
una caracola.
La quisiste escuchar
y, al ponerla cerca de tu oído,
regresó del olvido,
y empezó a susurrar:
Y si al día le da por llegar,
no te pongas, mi vida, la ropa
que, esta noche, quizás sea el mar
quien nos mire en las rocas.
Y si al día le da por llegar,
déjame que te bese en la boca,
que esta noche quizás sea el mar
quien se siente a mirar.