Ella gritó y después susurró
y en ningún caso yo entendí una palabra.
Dijo que sí, siempre estaría allí,
y después pretendió que le diera las gracias.
Comenzó una noche cualquiera
y aún no lo he sabido parar.
Ella corrió, dijo: "ven tras de mí",
y el polvo que levantó me cegó completamente.
Me señaló, dijó: "es el mismo error".
Yo traté de explicar que era un error diferente.
¿Qué más da? Se trata de errores.
Qué más da, si el peor de ellos fue
que ella me confundió
con una persona que, obviamente, no era yo.
Ella aportó ante el juez cartas y
yo juraré que aquella no era mi letra.
Puso en mi boca frases que a mí
me sonaban a pura jerga extranjera.
Señor Juez, esa no es mi ropa.
No, aquel no es mi neceser.
Una noche salí, vi a un anciano morir.
Me quedé y le robé su dentadura postiza.
Ahora sí, ya te puedo mirar
y lucir a la vez una enorme sonrisa.
¿Qué más da que la gente muera?
Qué más da, si tienen que morir.
Ella me confundió
con una persona que, obviamente, no era yo.
Me lo podéis discutir, y hasta contradecir,
pero sé lo que viví, rezando día y noche así:
Dios mío, haz que me olvide o que se muera.
Ella volvió. Oh sí, ella volvió,
y no tardó en declararme su amor tan profundo.
Hagamos que todo empiece otra vez
y termine con el polvo más triste del mundo.
¿Qué más da que el amor renazca?
Qué más da, si en el fondo yo sé
que ella me confundió
con una persona que, obviamente, no era yo.