Me dicen: Ya te volveremos a llamar,
pero no lo harán; lo sé muy bien.
Estoy en la calle y sólo puedo pensar
en la manera de decírselo a Isabel.
Tras la puerta escucho cómo toca en su violín
algo triste y yo no sé qué vamos a hacer.
No es un buen momento, porque en Navidad
nacerá nuestro primer bebé.
Conozco mi suerte demasiado bien
pero al oír su voz me siento algo mejor.
Ella dice que las cosas cambiarán.
Yo la abrazo y permanezco así, y así se esconde el sol.
En este viejo coche no se está tan mal;
llevo aquí desde hace un mes con Isabel.
Pero el invierno muy pronto llegará
y nuestro hijo con él.
Ya no cobro el paro; Isabel no toca su violín.
Hace frío y ella no se encuentra bien.
He visto un abrigo en el centro comercial.
No tengo dinero pero me he de hacer con él,
así que robaré para ella, robaré para Isabel.
Lo hago y trato de escapar pero alguien por detrás
me golpea y me he debido desmayar
pues despierto en una celda gris y no consigo recordar.
Llevo dos semanas sin saber de Isabel.
Me dan cuatro hostias y me dejan libre al fin.
Vuelvo al viejo coche y me la encuentro tiritando;
está enferma y alguien le ha robado su violín.
Me desnudo y con mis ropas la trato de abrigar;
yo manténgome en calor con un poco de alcohol.
Le consigo agua y algo de comer.
En unos días se pondrá mejor, lo sé.
Pero esta mañana cuando al fin brillaba el sol
Isabel no despertó; siquiera lo intentó.
Se me fue con nuestro hijo en su interior;
al menos no podrá acabar igual que yo.
Isabel se fue a un lugar mejor;
yo no tuve el valor para ir detrás.
Con aquel abrigo habría entrado en calor,
sólo espero que me sepa perdonar.
Pero fue mi culpa, y por ella pagaré...
¡Hoy estoy en deuda!
Al fin lo veo claro; ahora sé
cuál es mi misión aquí:
tengo una navaja; esta misma noche haré
un abrigo con mi piel, pondrá Isabel en él.
Queda algo de vodka; aliviará el dolor.
Si comienzo pronto podría acabar al amanecer