Hoy desperté en una prisión muy extraña,
no oigo gritos, no siento olores, estoy inmóvil
y casi no puedo ni ver.
No hubo juicio, no recuerdo cuándo llegué.
Ahora estoy sentado pensando mi pasado,
y no se siente mi piel.
Un castigo eterno y crudo.
En esta oscuridad incierta.
No quiero admitir mi muerte.
Parece que soy sólo conciencia
de la que no puedo escaparme.
Ya morí ¿y qué? me quedó mucho por hacer.
Ya no necesito saber que sobreviviré.
Muerte mía, muerte dura.
Ya no rayo la locura.
Me ahogo ya sin dudas.
El lugar común sería afirmar que todo esto es un sueño,
pero siento que ya nada parece reconocible.