La Reflexión del Guerrero
La última vez que canté,
en aquel pueblo, lo hice
en medio de una rasca.
Toditos me criticaron
con razón:
había metido la pata.
Un público acostumbrado
a disfrutar de mi canta
y aquella noche no pude
ni sostenerme en el arpa.
La noticia se regó entre la gente,
como el agua entre las charcas;
pero la noche anterior,
que lo hice bien,
nadie me dio una alabanza:
¿por qué será que a lo bueno
lo malo siempre lo tapa?
Y es que de la dicha andamos
a un paso de la desgracia
Como humano y comprensivo,
yo reconocí mi falta,
pero no creo que sea justo
que el pueblo levante el asta
para apalear mi carrera
que, con esfuerzo y constancia,
tan solo busca un sitial
en el folclor de la patria.
Ojalá y alguien me entienda
que yo, en esas circunstancias,
andaba con un guayabo
que por poquito me mata,
bebiendo para olvidar
aquella mujer ingrata.
Y lo que hice con las manos
lo destrocé con las patas.
Después de haber meditado
profundamente
sobre mi vida borracha,
pensé que tomar conciencia
ante las cosas
era lo que me hacía falta:
hay que arreglar los errores
que nos hieren y nos manchan,
porque, mientras haya vida,
tiene que haber esperanza.
Yo he visto que la amistad
es tan incierta:
nos mira con doble facha.
Y sé que la mayoría
de los amigos
tienen una cara falsa:
cuando estamos bien parados,
nos saludan y nos tratan,
pero, si estamos caídos,
nos miran sin importancia.
Yo, sin embargo, he guerreado
con infinita constancia.
Pobre, pero muy honrado,
he sido desde la infancia.
Lo que tengo lo he ganado
con pensamiento y garganta.
Así estoy acostumbrado
y al Señor le doy las gracias.
Ahora miro más cercano
lo que veía en lontananza.
Los golpes que me he llevado
son mi mejor enseñanza.
P’alante voy con valor
porque para atrás se espanta.
Si he caído es para que sepan
que el Guerrero se levanta.