Y una noche... y otra noche
y otra noche... y delirabas.
Tu cabecita en delirio
en mi hombro se inclinaba,
tu cabecita era un lirio
que la fiebre desmayaba
y la luna como un cirio
se mostraba... se ocultaba;
tú mirabas a la luna
y en tu fiebre preguntabas...
Padre mío ¿qué es la luna?,
¿qué es la luna?, repetías,
La luna –te dije- es una
garza que amaba y sufría
prisionera con sus galas
del cristal de una laguna.
Pero, un día, y otro día,
al influjo de su anhelo
creciendo fueron sus alas
y volando se fue al cielo.
Y una noche... y otra noche
y otra noche... y preguntabas.
Tu fiebre y tu fantasía
no cedían ni un instante,
y la luna lo sabía
y te miraba... anhelante,
yo sabía y presentía
que la fiebre no perdona
y que la luna ladrona
al final te llevaría.
Tras la garza liberada
del cristal de la laguna,
con tus ojos en las brunas
soledades de la nada...
toda tú, temblor de plumas...
prisionera de las galas,
y celajes de la luna
al influjo de tu anhelo,
¡tú también tuviste alas!...
¡tú también te fuiste al cielo!...
Y una noche... y otra noche
y otra noche y ya no estabas.