Pero a pesar de todo,
te quiero, Buenos Aires.
Aunque a veces la aurora
se esconde tras los duros rascacielos,
y el aire huele a smog
y se pierda, detrás de las sirenas,
el canto de las aves.
Yo descubrí la vida
viendo cómo la pierde la gente
en Buenos Aires.
Y a pesar de que duele,
ver el febril andar
de la gente que pasa,
sin saludar a nadie,
me enamora
tu frágil memoria del pecado
y la mirada absorta
del porteño ante un parque.
No sé, yo he visto a Cristo,
camuflado en las calles
de éste, mi Buenos Aires,
vestido de mendigo,
de niño pordiosero,
y en las manos
y el fuelle de Piazzolla
una tarde.
Aquí me enamoré
y me brotaron hijos.
Aquí, aquí hay locos
para todo.
Y entre locos se entienden,
y regalan sus sueños
como si fueran panes.
Sinceramente hablando,
yo te amo Buenos Aires.
Y lo aprendí de a poco.
¿Qué importa que la muerte
sea anónima y triste?
Vos, vos sos sincera a muerte
con la muerte que pasa
Que los muertos entiendan
con sus muertos.
Vos sos para los vivos,
como las prostitutas,
los gorriones,
el aire.
Yo te amo Buenos Aires,
porque en tu puerto a diario
recala mi nostalgia
de provinciano triste
que solloza en eterno regreso
que ya no quiere,
y porque, finalmente,
vos me diste la chance que negaran todos
de ser poco útil,
aunque no importe a nadie.
A veces me sorprendo
sonriendo por tus calles
porque te he descubierto.
No sé, me gusta emborracharme
de tu vértigo diario:
el subterráneo siempre lleno,
tus bares, tus poetas,
tu gente buena... buena.
Porque aunque no lo diga
tu montón de cemento,
yo sé que tenés aire,
y una flor, y una hormiga,
y es un pájaro
el niño mendigo de los taxis.
Yo te amo Buenos Aires