Amores de turno padecen tu avaricia;
Dejás que sus luchas, sean siempre vanas.
Someten su vida a tu cruel injusticia
Y eligen tu traba, a quedar en la nada.
Un árbol que deja caer pocos frutos
Y ostenta, a lo lejos, montones de ellos.
Mujeres saciables, no pierden su tiempo
Queriendo trepar a este vil resoluto.
La luna se muestra, la niña descansa.
Y hay noches, que un ángel, alcanza sus ramas.
El árbol concede todas sus manzanas
Y el Sol, en su viaje, se viste de gala
Soñando poder, al llegar la mañana
Ver a estos dos locos, fundiendo sus almas.
Un viernes de invierno, mostró displicencia:
La joven mujer divisó sus cortezas.
Notó que con ellas, podía escalarlo,
Y subió donde pocas pudieron lograrlo.
Allí estaba el ángel, siempre reluciente.
Amable tomó de la mano a la dama.
Quien pudo, por fin, ubicarse en sus ramas
Culminando así su acción inteligente.
El ser celestial percibió en ésta niña
Dotes de grandeza, y sintió que era indigno
Gozar privilegios que aquella debía.
Cedió ante su aura y con gesto benigno
Bajó de aquel árbol, jurando ese día
Tomar sólo frutos que le correspondían.
Existen millones de fábulas grises.
No todas culminan con vino y perdices.
Se puede jurar que no hay nada más triste
Que un ángel dejando la magia pudrirse.