Milonga de ojos dorados,
cantale a la que yo quiero;
tu corazón compañero,
musical y acompasado,
vaya volando a su lado
y dígale que no puedo vivir.
Ella, como vos, tenía*
los ojos color de oro;
mirándolos casi lloro
–vos bien sabés–, aquel día:
Nunca pensé que existía
una mujer con los ojos así.
No digas que ella se ha ido;
decí más bien que algún día,
igual que tu melodía,
cantándome en el oído,
ella sentirá el latido
del amor que una vez le pedí.
Milonga, vos sos testigo
de que la quiero de veras;
vos no tenés sus caderas
ni aquella boca de trigo,
pero cantando conmigo
irán tus ojos a hablarle de mí.
Milonga de ojos dorados,
volá cantando a buscarla,
y si llegás a encontrarla
–después de haberla mirado–
entregale, enamorado,
el corazón que una vez le ofrecí.