Cuando supe la noticia imposible de creer,
cómo cuesta convencerse del amor de una mujer,
se me anudó la garganta, por la angustia y el temor,
Rubí se ha muerto, decían, de un ataque al corazón.
Anhelante, enloquecido, maldiciendo de mi suerte,
no me explico cómo estoy junto a tu lecho de muerte.
Inútilmente llegué y aquí me tienes, Rubí,
esperando aquella frase que jamás habré de oír.
Morir del corazón en este siglo
de furia de la jazz.
Morir enamorada a los veinte años,
la gente se reirá.
Cumplir la ley inexorable es fuerza,
no discuto señor...
Mas tu inmensa bondad de Dios, siquiera,
permitir que me diera el verso del adiós.
Con los labios entreabiertos y los ojos ya sin luz
y en las manos amarillas aún conservas una cruz.
Rubí de mi alma, responde, si rezabas al morir
o tu postrer pensamiento fue tan solo para mí.
Porque a veces, fastidioso, chapoteando me decía
ya no tienes corazón, ni esa fe que me tenías.
Ante el reproche cruel y mi torpeza brutal,
con la muerte resolviste, convencerme sin hablar.
Señor no te perdono lo que has hecho,
no quiero perdonar.
La vida de Rubí, su primavera,
debiste respetar.
Morir es ley inexorable, eterna,
no discuto señor.
Mas tu inmensa bondad de Dios, siquiera,
permitir que me diera el verso del adiós