En el centro de la plaza, la hora de los valientes;
la Córdoba y la Corrientes se trenzaban por el honor.
Cuchillo, cadena y faca; patada, puño y cabeza;
no es un cuento de los veinte, ya existía el rock and roll.
El Chino era karateca con estilo y profesión,
se cargaba a cuatro o cinco sin armas y sin sudor.
Siempre había un gordo efectivo que aplanaba con rigor,
siempre había un petiso erguido con nariz de boxeador.
Calentaban con ginebra y escuchaban a Manal;
le rajaban a la cana como mi perro al bozal.
A pesar de lo salvaje no se daban a matar;
se querían en el fondo, su deporte era pelear.
Se acabó con los milicos la violenta tradición ;
el chino terminó preso sin indulto ni perdón.
Al petiso lo mataron en alguna confusión ;
el gordo se hizo cana, la puta que lo parió.