"Tengo sed",
te oí decir con el aliento
apenas.
Y te arrullé, como a un recién nacido,
contra mis pechos ávidos
de labios tuyos.
Te dí de beber.
Y luego de saciarte, volviste
a repetir:
"tengo sed",
sin aliento,
apenas.
Te arrullé, esta vez,
entre mis muslos
y de nuevo
te di de beber.
En la fuente de la vida
y de la muerte, sellaste,
con un beso,
el último suspiro.