Pondré flores en tu lecho
y una nube en tu almohada,
todo el tiempo que me queda,
aventura imaginaria,
junto al muro de tu carne
y tu puerta más pagana.
Pondré un río transparente
y la espuma que lo araña
en tu vientre confundido
para que no temas nada,
ni la estúpida estrategia
que hay detrás de estas palabras.
Pondré soles en tus ojos
con la luz de la mañana
y el latido de mis labios,
cuando tiemble tu mirada,
a lo largo del trayecto
que tus lágrimas señalan.
Pondré el aire que respiro
encerrado en una jaula
construida por tus brazos
que son mi única morada
y seré como ese polvo
que has pisado y aún arrastras.