La muerte andaba detrás de los espejos rotos,
tenía mi nombre tatuado entre sus labios
y tuve miedo.
Desnudas las cejas, un invierno y otro más
sin apenas fuerzas
en medio de este mar enfermo.
¡Hace tanto frío!
Y gritaba:
¡No me abandones!
¡No me abandones!
Que el mundo se rompa mientras tú me abrazas.
Que sólo quien tiene puede regalar.
No hay gozo sin llanto,
rosas, sin espinas.
Confieso en tu esquina que vivo por ti.
Con lágrimas y sonrisas
limpiabas mis heridas.
Pusiste lunas a las noches sin fin.
¡Hace tanto frío!
Me regalaste las ganas de luchar
por aquello que nunca supe apreciar
el placer de estar vivo.
Y ahora grito:
¡No me abandones!
¡No me abandones!