Señorita María,
necesité más años
de los que yo querría
para entender la vida;
que mano, risa y llanto
son palabras amigas,
igual que su ternura,
señorita María.
Señorita María
le confieso de lejos,
yo era el que ponía
papeles en la tinta.
Y yo siempre la quise
y la sigo queriendo,
la quiero todavía
y la sigo queriendo,
señorita María.
Y los chicos que crecen,
van todos a la escuela
y nacen al asombro
descubriendo maestras
de mano, risa y llanto
que se llaman María.
Y tan simples, tan puras,
tan de todos... Tan mía.