Morocho y compadre, francés, por más señas,
cantando, cantando, llegó al arrabal.
Casitas humildes de techos de lata
vieron sus primeros vuelos de zorzal.
Allá en el Abasto, talló entre los buenos
y un juego de calles se dio en diagonal,
cuando dijo a todos, sonriente y cabrero,
que se iba a Europa, que se iba a triunfar.
Morocho,
a un ocho de tango tu voz enredó,
fraseando las velas de un fuelle mistongo,
que en más de un bailongo de tauras copó.
Morocho,
qué lejos España, París, Nueva York.
Qué lejos las luces de tu Buenos Aires,
qué cerca del cielo parece tu voz.
Las novias del mundo lloraron tu ausencia
y todas las violas tuvieron crespón
y todos los tangos se hicieron más tristes
cuando vos te fuiste, morocho y cantor.
Allá en Buenos Aires quedó tu viejita,
guardando en los surcos del disco tu voz,
mirando las fotos, las fotos marchitas,
milagro de madre, cerquita de Dios.