Letra: Horacio Ferrer
Música: Astor Piazzolla
Fueron, hace mucho, las románticas proletarias del amor. La noche les puso nombre
con seducción de insulto: paicas, locas, milongas, percantas o grelas.
Era frecuente verlas al alba desayunando un chocolate con churros en la confitería
“Vesubio” de la calle Corrientes: terminaban a esa hora de trabajar en el “Chantecler”,
en el “Marabú” o en el “Tibidabo”.
Con un arranque loco de Madame Bovary de Barracas al Sur, se jugaron la vida a los
tangos. Alguna se enamoró de aquel bandoneonista y, por amor, ganó; para otras, la
derrota fue mucha: terminaron atendiendo el guardarropas de damas de esos mismos
cabarets.
Acaso se marcharon todas juntas, un día, como si fueran una pequeña y extinguida raza
con ojeras.
Este tango relata a la última de las grelas. Descubre su definitivo paso fantasmal por el
asfalto recién amanecido de una Buenos Aires espectral, y lo cuenta así:
Del fondo de las cosas y envuelta en una estola de frío,
con el gesto de quien se ha muerto mucho,
vendrá la última grela, fatal, canyengue y sola,
taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos.
Con vino y pan del tango dulcísimo que Arolas callara
junto al barro cansado de su frente,
le harán su misa rea los fueyes y las violas
zapando a la sordina, ¡tan misteriosamente!
Despedirán su hastío, su tos, su melodrama,
las pálidas rubionas de un cuento de Tuñón;
y atrás de los portales sin sueño, las madamas
de trágicas melenas le harán su extremaunción.
Y un sordo carraspeo de esplín y de macanas,
tangueándole en el alma, le quemará la voz.
Y, muda y de rodillas, se venderá sin ganas,
sin vida y por dos pesos a la bondad de Dios.
Traerá el olvido puesto; y allá en los trascartones
del alba, el mal de luto, con cuatro besos pardos
le hará una cruz de risas; y un coro de ladrones,
muy viejos, sus extrañas novenas en lunfardo.
Qué sola irá la grela: tan última y tan rara.
Sus grandes ojos tristes, trampeados por la suerte,
serán sobre el tapete raído de su cara,
los dos fúnebres ases cargados de la muerte.