Vio secarse el sudor de sus sábanas
y apagarse poco a poco su candil.
Planeó una huida despacio, lentamente
para una noche, por ejemplo en abril.
Ahorcaría su corbata y dejaría colgado
su horario en la pared.
Y esa tela de araña que se metió en su frente
le dejaría, posiblemente, de doler.
Tenía ganas de luchar... yo que sé,
de hacerse una remuda en el alma cualquier sábado
y emprender una vida tan bella como cien
televisores apagados.
Ella tenía un libro abierto entre las manos
y la mirada prendida entre dos páginas.
El reloj daba la hora por costumbre
y no pasaba nada, nunca nada.
"Ya sé, mujer, nos preocupan los niños
el colegio, los plazos, la casa en el campo"
y se hundía en el sillón, sintiéndose vencido
como letras de cambio.