Yo te esperaba
en las escaleras
de la facultad,
y vos llegabas,
tu carita llena
de felicidad.
Te daba un beso,
te tomaba el brazo,
y los dos sonrientes
íbamos charlando
hasta el bar de en frente.
Un par de horas,
unos cigarrillos,
dos o tres cafés
y hablar de cosas,
de un montón de cosas
llenas de niñez.
Amigos fuimos,
simplemente amigos,
pero tan amigos,
que si nos quisimos,
no lo confesamos
ni una sola vez.
Tanto fue el cariño
de nuestra amistad.
Corazón de niño,
robando la edad.
Yo no me arrepiento
si fuimos los dos,
simplemente amigos,
para siempre amigos
hasta nuestro adiós.
La despedida
no nos hizo herida,
no dejo rencor.
La despedida
fue en un largo beso,
pero sin rubor.
Miré tus ojos,
de tus grandes ojos
una lagrimita
se escapó corriendo
por tu naricita.
No me dijiste
qué nos separaba,
ni te pregunté.
Lo presentía,
me lo imaginaba,
pero me callé.
La despedida
fue en las escaleras,
no en el bar de enfrente.
Sin el par de horas,
sin los cigarrillos,
sin nuestro café.