Un amor de fieltro
y de lazo eterno
tiende su emboscada
para mí.
Me mira por fuera
y no ve la fiera
que está agazapada
tras de mí.
Huyo para esconderme
pues quiere el cielo
y yo voy acechando
morder la flor.
La culpa la tiene
mi montón de huesos
que no saben gritar para sí
y me desesperan
porque inspiran siempre
más que un cotidiano devenir
y diluyen el tiempo
aunque yo me muera
y son jaulas de oro
para mi fiera.