La más bella flor
tenía las manos frías
y no era de llanto
el brillo de sus ojos.
Retorcía la punta
de una primavera
comenzada hace cientos
de miles de años.
Su pelo gritaba
una antigua nostalgia
de animal lejano,
sus piernas y labios
descubrían el fuego.
La más bella flor
se me quedó mirando,
para entonces mis manos
fueron alteradas.
Se me desbarató
un prejuicio entre los dedos
y mi beso niño, animal,
pidió un beso.
Una gran telaraña
de hilos dorados
se teje sobre la flor
para hacerla más bella aún.
Quién pudiera verla,
desnuda en la cama,
colgando del techo
un olor a esperanza.
Vamos a demostrar
que estamos vivos
la flor y yo.
Haremos que la palabra
no necesite venir aquí.
Vamos a desenredar
algún nudo ausente
la flor y yo,
con alegría, con un puñal caliente.
La más bella flor
fue cortada del árbol.
Me la puse en un hueco
que tengo en el pecho.
Le he grabado en el tallo
mis dos iniciales.
La he juntado a mil flores
de fuego y de nieve.
Quisiera poder dar más,
volverme un injerto aquí,
pero un buen jardinero
nunca lo hace así.
Si mira una sola flor
por bella que sea la flor,
se lo come la ansiedad
de mirar al jardín.