La lámina de zinc
sonaba con la lluvia
y mi abuela lloraba
junto al vaso y las flores.
Las matas de violetas,
de las de terciopelo,
se habían marchitado
porque olvidó regarlas.
Y sin embargo ahora
cobraban nueva vida
ante esta lluvia en mayo,
lluvia desesperada.
Esa lluvia sorprende
los huecos de las tejas
y cae una gotera
sobre un sillón de mimbre,
el trono de mi abuelo
que pasó a ser retrato.
Mi abuela corre al patio
con sus pasitos cortos
y de la tendereda
quita un pañuelo blanco.
Y vuelve junto al vaso,
las flores y el retrato
y así siempre ha ocurrido,
pero algo siempre hay nuevo
aunque mi abuela llore
y siempre llueva en mayo.