(Sirilla)
Se encontraron en la fonda
los dos hombres frente a frente:
uno de noble cuna
el otro mulato valiente.
A la sombra de las parras
relucieron las guitarras,
cuando un viejo peregrino
les brindó trago de vino.
“Mi don Javier de la Rosa”,
le gritó el feroz Taguada,
“lo he buscado por los bajos,
alamedas y pobladas.
Siendo usted de noble cuna,
letrado y hombre de suerte,
lo desafío en las coplas
pagando con propia muerte”.
Y un joven guitarrero
que miraba, que miraba,
quería hacer de su vida
un cantor de madrugada.
“Mira, Mulato Taguada,
soy hombre de gran ciudad.
Conozco las escrituras,
voy buscando la verdad.
He corrido muchos mundos
antes de llegar aquí.
El pensamiento del pobre
no lo vengo a maldecir.”
Y el joven guitarrero
se quedó por muchos días
escuchando esos cantores,
soñando su poesía.
“Mi don Javier de la Rosa,
si un pobre tiene una pena,
¿qué mandato debe hacer
para cambiarla en arena?”
“Taguada, te desafío
que te lances en la mar.
Tu pobre cuerpo de pobre
la arena lo llevará.”
Y el joven guitarrero
viendo caer al Taguada
sepultó su alma y guitarra
y acabó su madrugada.
Se encontraron en la fonda
los dos hombres frente a frente.
La vida los destruyó,
destruyó como valientes.
Cayeron como valientes,
como feroces guerreros.
¡Qué noche de contrapunto
para el joven guitarrero!