Soy un rápido tren que hace años va y viene
entre la ciudad del sí y la ciudad del no.
Mis nervios están tensos como cables
entre la ciudad del no y la ciudad del sí.
Todo está muerto y asustado en la ciudad del no
como un despacho empapelado con tristeza,
fruncen el ceño en él todas las cosas.
Hay recelo en los ojos de todos sus retratos.
Cada mañana enceran con bilis su parque,
son sus sofás de falsedad, sus paredes de desgracias.
Jamás un buen consejo te darán
ni un ramo de flores, ni un simple saludar.
Las máquinas de escribir teclean con copia la respuesta:
¡No-no-no-no, no-no -no-no!
Y cuando al fin se apagan todas sus luces
y los fantasmas inician su lúgubre ballet.
Jamás –ni aunque revientes– boleto lograrás
para escapar de la negra ciudad del no.
La vida, en cambio, en la ciudad del sí es un canto de mirlo.
Carece de paredes la ciudad, es como un nido.
Las estrellas te piden acogerse en tus brazos
y sin avergonzarse, los labios solicitan tus labios.
La rosa, incitante, solicita ser cortada,
y ofrecen los rebaños la leche en sus mugidos,
y en nadie hay un asomo de recelo
y adonde quieras ir te llevarán trenes, barcos y aviones.
Y con un rumor de años va el agua murmurando:
¡Sí-sí-sí-sí, sí-sí-sí-sí!
Sólo que a veces en verdad es aburrido
que todo se me dé, apenas sin esfuerzo,
en esta ciudad multicolor y deslumbrante.
Mejor ir y venir hasta el fin de mi vida
entre la ciudad del sí y la ciudad del no.
Mejor tener los nervios tensos como cables
entre la ciudad del no y la ciudad del sí,
entre la ciudad del sí y la ciudad del no.