En la sombra de la tierra nos vigila
Luther King con su pecho asesinado.
Ya sus manos no se tienden a su raza,
ya su boca no grita por la paz.
En sus manos se quedó la primavera
de una raza humillada y ofendida.
Y la sangre que arrancaba de su herida
manchó el rostro de esta triste humanidad.
Los señores que fabrican tantas guerras
estarán otra vez en los festines,
entonando otro himno que crearon,
que es de muerte, de traición y de dolor.
Luther King le contaba a sus hermanos
de sus sueños de esperanzas e igualdad,
que en las rojas colinas de su Georgia
algún día llegaría la hermandad.
Y llegó la triste hora del silencio,
hora triste de los pueblos sin amor,
y su voz que por el viento iba cantando
la asesinan a luz de una traición.