(Texto recitado por Miguel Littín sobre fondo musical de Ángel Parra)
El presente sólo es posible asumirlo a partir de reconocerse en el pasado. Arón regresa a su punto de partida, después de veinte años de ausencia, para asumir su identidad necesita reconocerse en las cosas y en la gente. ¿Cómo se llama este río? ¿Cuál es el nombre de mi hermano y mi padre? Búsqueda y desencuentro de un país real encubierto por un país legal encubriéndose el uno al otro de modo tal que es difícil definir su espacio existencial.
Arón penetra en el laberinto de su casa de infancia; largos corredores, pasillos interminables, rincones incómodos. Los que esperaron veinte años en la casa sufrieron la dictadura, fueron víctimas, pero también victimarios.
En una sociedad en crisis, derrumbadas las ideologías y las creencias, el encuentro sólo es posible a través del sentimiento y el amor es el anhelo posible. Pero el pasado sólo es recuperable a través del sacrificio: ritual, realidad y sueños enfrentados en la posibilidad de recuperar el presente, el olvido quizás. Pero se sabe, lo sabe Arón, el hombre que regresa de un viaje imposible, de invierno a invierno. Lo sabe Mola, el victimario, el hombre que aprendió a torturar en su propio cuerpo.
Ninguna sociedad humana avanza en la impunidad, desde los griegos a hoy, pasando por los juicios de Nürnberg, en la posguerra mundial, siempre el individuo está sometido al juicio posible. Dostoyevsky: Es crimen y castigo. Shakespeare: Injusticia no tendrá paz ni será feliz Dinamarca ni su príncipe. Sartre, en ”Las manos sucias”, crea la dualidad de la víctima: héroe, antihéroe, victimario. El hombre siempre es siempre su propio verdugo. Camus, en ”el Extranjero”, es la conciencia atormentada que acepta la debilidad de la condición humana: explica, no justifica.
Stalin vestido de blanco cortaba rosas delicadamente mientras la URSS sufría el imperio de la represión cotidiana en nombre del progreso. Pinochet, no sólo es la expresión de la brutalidad militar, sino también el retrato en blanco y negro de individuos atraídos por el dulzor pegajoso de la muerte, por el vértigo del cataclismo social. Allende es la condición modesta, la coherencia del padre romántico y protector. Pinochet es el pragmatismo y la ejecución. La muerte, se sabe, es la imposibilidad del retorno. Arón a través de la búsqueda de la indagación, como Hamlet, establece el orden y la locura de Ofelia es el sacrificio que lo salva.
Chile, como la Dinamarca de Shakespeare, acepta la impunidad y el olvido. ¿Algo huele mal en Dinamarca? Pero yo pregunto e interrogo a la mitad del naufragio: ¿Dónde está mi hermano? ¿y mi padre? ¿Puedo a través de Isol, de su amor y de su cuerpo, puedo a través de tu piel abrir nuevamente la pesada puerta y salir al camino? ¿Es posible el futuro?
Naufragio y resurrección; la verdad múltiple. El final nunca es igual al inicio. En la realidad, no. Pero en los sueños y en las pesadillas siempre el hombre se baña en el mismo río.