La lluvia me sorprendió
en el parque forestal
pensando si la llamaba,
si me iría a recordarlo.
Me cobijo en la cabina
a fumar un cigarrillo
y la recuerdo sentada,
bata azul como vestido.
Le retiro de sus manos
“Cien años de soledad”,
un hombro queda desnudo
le beso y huele a rosal.
La bata de seda china
me deja ver en el pecho,
botoncito oscuro y tierno
que me sonríe discreto.
Dice que ama a John Lennon,
a Neruda y a Gardel,
se oye claro e insinuante,
al bajarme el cierre-eclair.
La misma mano que busca
a quien le doy de beber
me ofrece a toda lujuria
la selva de esta mujer.
Por laberintos me guía
la dueña de esta mansión,
se detiene en la rodilla
y me propone ascensión.
Abriendo sin más espera
el portal de sus riquezas,
entre mis piernas un niño
se despierta a la belleza.
Me vuelvo a ver cabalgando
en pelo a más no poder
fumando en esta cabina,
y no deja de llover.
Con la lluvia se borraron
los números del placer,
empapado hasta los huesos,
olvidando a esta mujer,
y no deja de llover.