Me operaron en París
de una quebrazón fatal.
En España enyesan mal,
yo fui víctima y testigo.
En Formentera los higos
me hacen salir espinillas,
no les gusta a las chiquillas
’toy en pleno tratamiento
compresas de agua bendita
para menor sufrimiento.
Ay, si supieran la gripe
que yo me agarré en Toronto,
casi casi quedé tonto
con tan fuerte amigdalitis.
Gran dolor en New York City
al apretarme una mano
en el auto de un hermano
querí’o que tengo allí,
o me hizo mal el ají;
pasé la noche en el baño.
Peritonitis de urgencia,
en Dinamarca me opera
un doctor de moledera
que venía de Estocolmo.
Yo le dije: ”Esto es el colmo,
con los riñones en la mano,
esto sí que es inhumano.
Cuida’o que soy cardíaco
sólo podría salvarme
tomándome un buen ajiaco”.
Moretones, reumatismo,
jaquecas en Gibraltar,
soy el rey del hospital,
más de mil radiografías.
Yo digo que es pleuresía
dándole la vuelta al mundo
nunca he estado moribundo.
Ya encontré la solución:
vino caliente en invierno
y blanco en toda ocasión.
Pa’ qué le hablo de los dientes,
no puedo comer ni sopa.
Esto que antes era una roca
hoy día está en la pendiente;
a lo mejor indolente,
mi juventud revoltosa
se me hace la caprichosa.
Voy camino al cementerio,
pásame un trago Emeterio,
antes de entrar a la fosa.
Por fin, va la despedi’a
de este enfermo imaginario.
Por suerte no tengo ovario,
un cacho menos, mi amigo,
ya que mirarse el ombligo
no provoca tembladera.
Gracias a las enfermeras,
tan buenas y cariñosas
y a la dieta del lagarto,
otra cosa es otra cosa.