(De ”Ternura” - 1924)
Niño indio, si estás cansado,
tú te acuestas sobre la tierra,
y lo mismo si estás alegre,
hijo mío, juega con ella.
Se oyen cosas maravillosas
al tambor indio de la tierra:
se oye el fuego que sube y baja
buscando el cielo, y no sosiega.
Rueda y rueda, se oyen los ríos
en cascadas que no se cuentan.
Se oye mugir los animales;
se oye el hacha comer la selva.
Se oyen sonar telares indios.
Se oyen trillas, se oyen fiestas.
Donde el indio lo está llamando,
el tambor indio le contesta,
tañe cerca y tañe lejos,
del que huye y del que regresa.
Todo lo carga, todo lo toma
y no hay tesoro que lo pierda
lleva a cuestas lo que duerme,
lo que camina y que navega;
lleva vivos y lleva muertos
el tambor indio de la tierra.
Cuando muera, no llores, hijo.
Pecho a pecho ponte con ella,
te sujetas pulso y aliento
como que todo o nada fueras,
y la madre que viste rota
la sentirás volver entera.
Y oirás, hijo, día y noche,
caminar viva tu madre muerta.