¡Oh, célica Jerusalén!,
¡oh, cuándo te veré!
Tus glorias, que por fe se ven
¿oh, cuándo gozaré?
Amada patria celestial,
ajena de dolor,
a los que agobia aquí el mal,
consolará tu amor.
Sin sombra te contemplaré:
hay vida y luz en ti;
cual astro resplandeceré
eternamente allí.
Del cristalino manantial
de vida beberé;
del árbol de la eternidad
gozoso comeré.
Al Rey de gloría, mí Jesús,
allí veré reinar;
mi alma llenará de lu
zen esa Sion sin par.