Tengo en Dios un grande amor;
quiero en él tan sólo fiar,
pues así mi corazón
nunca habrá de desmayar.
Si hay tormenta en derredor,
sí es furioso su bramar,
siempre fiando en ti,
Señor, nunca habré de desmayar.
Lleva mi alma, buen Pastor,
haz tu rostro en mí brillar;
que al abrigo de tu amor
nunca pueda desmayar.
¡Oh querido Redentor!,
no me dejes extraviar.
Aunque viva en el dolor,
nunca quiero desmayar.