Da gloria al Señor, de rodillas adórale
en la hermosura de su santidad,
tu plena obediencia cual oro ofreciéndole
con el incienso de grata humildad.
Echada a sus pies esa carga que oprímete,
la llevará sobre su corazón; tus penas te quitará,
limpiando tus lágrimas,
guiando tus pies a mayor bendición.
En sus santos atrios adonde convídate,
aunque eres pobre no temas entrar;
la firme, constante fe y el puro, sencillo amor:
tales ofrendas pon sobre el altar.
Y cuando tú vayas temblando a llevárselas,
por su Hijo amado las aceptará;
y tras noche lúgubre habrá aurora espléndida:
gozo, alegría y paz te dará.