En el mundo turbulento Cristo llama con amor,
suplicando cada día:
"Ven a mí, oh pecador".
Sea en gozo o en tristeza,
alegría o aflicción, en deberes o placeres, él me ofrece protección.
Cristo siempre me protege del maligno engañador, y me pide que le rinda fiel servicio de amor.
¡Oh, Señor, ven a ayudarme! Oigo tu invitación. Hoy te entrego sin reserva mente, alma y corazón.