Jerusalén, mi amado hogar,
anhelo en ti morar;
tus calles de oro recorrer,
lucientes como el sol;
tu río cristalino ver,
hermoso sin igual;
y en sus verdes márgenes
tranquilo reposar.
Coro:
¡Jerusalén! ¡Jerusalén;
Jerusalén, mí amado hogar!
¡Oh, cuándo te veré!
Jerusalén, mi amado hogar,
en ti no habrá dolor;
el llanto no existirá,
ni muerte, ni clamor;
allí no habrá enemistad,
pues reinará el amor,
y sólo habrá felicidad
con nuestro Redentor.
Ansío pronto a ti llegar,
mí celestial hogar;
con mis amados que perdí,
hallarme otra vez,
y conocer a Abrahán,
a Eva y Adán;
y contemplar el rostro
de Jesús, mi Salvador.