Señor, en ti confió y siempre confiaré;
Pues brilla en mí alma
La antorcha de la fe.
Al cielo, cuántas veces
la vista en mí aflicción
alcé, y consuelo dulce
halló mí corazón.
Me es grato si yo sufro, en horas de ansiedad, saber que desde el cielo me miras con piedad; que sientes tú mis penas, conoces mi dolor, que escuchas tú mis ayes, me envías tu favor.
La fe que al hombre anima, tu más precioso don, es luz en las tinieblas, alivio en la aflicción, amparo al desvalido, al náufrago, salud, tesoro de alegría, cimiento de virtud.
Por eso te adoro, por eso creo en ti, de quien preciosos dones
sin precio recibí.
Confirma y acrecienta, Señor, mi humilde fe; y siendo tuyo ahora,
por siempre lo seré.