Ven, Espíritu eterno, muéstranos la excelsitud
de ese mérito vicario que nos trajo la salud. Grande fue el sacrificio para nuestra redención. ¡Oh, renueva la memoria; danos fe en el corazón!
Ven, testigo de su muerte; ven, divino Inspirador; que sintamos tu potencia y apreciemos tu valor. Ven, aplícanos la sangre del divino Redentor, y que Cristo en nosotros sea siempre morador.
Que imitemos sus gemidos,
suspirando en oración, y apreciemos las heridas que recuerdan su aflicción. Al que hemos traspasado, que miremos con dolor, y la sangre asperjada recibamos con amor.