Los heraldos celestiales
cantan con sonora voz:
¡gloria al Rey recién nacido
que del cielo descendió!
Paz, misericordia plena,
franca reconciliación
entre el Padre, agraviado,
y el mortal, que le ofendió.
¡Salve!, Príncipe glorioso
de la paz y del perdón.
¡Salve a ti!, que de justicia
eres el divino Sol.
Luz y vida resplandecen
a tu grata aparición,
y en tus blancas alas traes
la salud al pecador.
Nace manso, despojado
de su gloria y esplendor,
porque no muramos todos
en fatal condenación.
Nace, sí, para que el hombre
tenga plena redención,
nace para que renazca
a la vida el pecador.